El Yonky Día I
Cojo el papel y lo pongo en mi oreja, velozmente he cogido el mechero y una piedra que comienzo a calentar sobre el tabaco de un cigarro, me lio un porro y lo enciendo.
Últimamente no sé qué me pasa pero estoy cada vez más perdido. Perdido en un mundo imaginario que he creado contra mí... Y no logro evadirme de esa realidad ficticia que me arrastra a un mar de alcohol y niebla. Sí, la niebla del porro que me estoy fumando y el mar de esa botella de whisky que he terminado esta tarde escuchando uno de esos documentales que ponen en La 2 a la hora de la siesta.
Y es que tras la comida todo el mundo huye del salón y me hago fuerte en él. Cómo si fuese mi fortín dónde me escondo de mis miedos sedándome y escuchando música hasta que cae el sol y me quedo a oscuras. Cómo al principio.
Resulta que no siempre mi vida fue así… hubo un tiempo no muy lejano en el que nunca estaba solo. Al contrario, necesitaba tiempo para mí y no lo encontraba, pero era feliz porque todos contaban conmigo. Ahora son más las veces en que me siento un cero a la izquierda, vacío y sin sentido.
¿Qué por qué me siento así? Yo no soy capaz de saber nada, a duras penas logro entender porqué cuento esto… Busco en la nevera algo con que aliviar mi reseca garganta y abro un litro de cerveza mientras cojo otro papel.
Creo firmemente que no existe el destino, que no existe ni una religión cierta y que si Dios existe yo le importo un huevo. Soy agnóstico, pero con venazos de ateo incendiario: “La iglesia que más ilumina es la que arde” je, je… es… ¿¿coña??
Enciendo otro porro y me fundo con el sofá mientras la botella de cerveza deja correr su elixir por mi maltratada garganta; me sumo en un agradable sopor que me hace sentir bien mientras me duermo… Llaman al timbre, es un tío con traje de chaqueta que dice traer mensaje de no sequé dios. Le doy un trago al litro y le cierro la puerta. No estoy de humor.
Voy a estudiar un poco, cojo el libro, me hago otro.
Son las dos y todos duermen, yo en cambio acabo de abrir los ojos en el salón, sobre el sofá y con una sonrisa que une mis orejas a mi boca. Me siento estúpido y me rio, han recogido la mesa y han guardado el litro. Me rio y cojo el litro del frigo para apurarlo antes de acostarme.
Han guardado el papel, me fumo un cigarro. ¿Por qué estoy así hoy?
Bueno, lo más fácil es que esas ganas de gritar con que me he levantado esta mañana fuesen las mismas que tantas mañanas me acompañan al ver salir el Sol. Esas ganas de gritar hasta sentir el sabor a sangre en la boca, a quedarse afónico una semana, a soltar voces contra todo dios y llorar después como un niño pequeño que se esconde en el patio del colegio durante el recreo porque los mayores le quieren pegar y el conserje de su escuela (un viejo asqueroso que debería estar jubilao) quiere tocarse los huevos sentado en una silla y echar fuera a todos los que intentan llamar a los profesores porque les buscan para pegarles: -“Algo les habrás hecho, granujilla!!” ¿¿Qué algo les habré hecho, hijoputa??
Bueno, todos los días reprimo esos gritos que no suelto y el sabor a sangre se reprime en mis entrañas y las hace encogerse. Mientras, los gritos taladran mis sienes y me vuelven loco. Loco porque cada día me siento más solo. Sólo porque cada día los gritos son más fuertes. Más fuertes porque nunca estoy lo suficientemente solo… y de no estar solo la soledad me vuelve loco.
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