lunes, 26 de octubre de 2009

Sirena

Ella cogió su pequeño espejo de marfil, recordando lo que tantas veces había observado en él y en esos ojos pardos cuyas lágrimas habían labrado hondos surcos en su rostro.

Él por fin se había marchado. Pero tenía tanto miedo… Ese vástago del diablo ya no volvería, o al menos eso le habían dicho. Aún así sentía un dolor en su pecho que le oprimía el alma.

La habitación quedó en penumbra cuando sobrevino el trueno; luego un golpe seco seguido del más pesado silencio.

En el dañado espejo se refleja la impotencia; la indiferencia ha sido cómplice de los hechos. El eco de los llantos busca un hueco entre los pasos de un alma inexistente.

La noche ocupa la sala, el aire se hace pesado. Su cuerpo maltratado e inerte, en un charco rubí varado. El único sonido, Sirenas. Lo que un día pudo ser ella.

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